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En la adolescencia sus niveles de testosterona empiezan a salirse de los gráficos y les impulsa a huir de la intimidad verbal, disminuye su interés por la conversación y el trato social, hasta el punto de que actividades como salidas en familia se convierten para él en un auténtico martirio. Simplemente quiere «que le dejen en paz». Esto provoca enorme frustración en muchas madres que no comprenden por qué su maravilloso hijo, con lo cariñoso y comunicativo que era de pequeño, al llegar a la pubertad no quiere tener largas y profundas conversaciones con ella.
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Existe, sin embargo, para consuelo de las madres, una explicación antropológica y maravillosamente inteligente de la naturaleza humana a esta reacción masculina de los adolescentes. Este distanciamiento de los varones adolescentes nos lo impone la propia naturaleza a las madres, preparándonos para que la definitiva salida del nido de nuestros muchachos no sea excesivamente dolorosa. Cuando besamos o abrazamos a nuestros hijos, las mujeres generamos oxitocina en grandes cantidades, hormona que influye en el cerebro aumentando los lazos familiares, el cariño, la dependencia afectiva de nuestros hijos, la necesidad de acariciarlos y tenerlos cerca, en definitiva, nuestro cerebro «maternal». Un experimento sobre la conducta maternal de las ratas confirmó la necesidad del contacto físico para mantener los circuitos cerebrales correspondientes a la conducta maternal activa (L. Brizendine en El cerebro femenino). En estas condiciones, la separación de un hijo se haría casi insoportable… Se trata en definitiva de un mecanismo que nos proporciona la naturaleza y que prepara a las madres para la posterior separación definitiva de los hijos cuando estos comienzan a volar del nido. Es un increíble mecanismo que la naturaleza urdió hace miles de años para evitar el terrible sufrimiento de la separación de un hijo en épocas pasadas cuando los muchachos abandonaban el hogar a muy temprana edad, pero que sigue siendo necesario en la actualidad y surtiendo su maravilloso y mágico efecto.
Las niñas, al contrario que los chicos, necesitan rabiosamente expresar sus sentimientos. Sabemos que los niveles de estrógeno de las muchachas aumentan en la pubertad y disparan los interruptores de sus cerebros para hablar más, interactuar y ser más emotivas. Y lo hacen con palabras, gestos, lágrimas, gritos, o conversaciones telefónicas eternas con la amiga a la que acaban de ver hace cinco minutos en el colegio y a la que volverán a ver mañana. Pero no pueden esperar para contarlo todo, absolutamente todo.
La existencia de una inmensa pluralidad de conexiones entre los hemisferios cerebrales y de estos con la amígdala, junto con la madurez de la parte del cerebro femenino destinado a las destrezas verbales, hacen de la niñas, y de la mujer, en definitiva, una fuente de información y expresividad sentimental. Por otra parte, debemos recordar asimismo que las mujeres en situaciones de estrés generan oxitocina, una hormona que las impulsa a buscar ayuda, a exteriorizar y compartir sus sentimientos.
Los temas de conversación son también muy diferentes en los chicos o en las chicas. Basta con aproximarnos a un grupo de niños en el patio y escuchar de qué están hablando (la
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