26 June 2011

Los listos de la clase, Koldo Campos Sagaseta

Todavía se insiste en hacerle creer al llamado tercer mundo que su fatídica y postrada condición, vinculada a los genes o a divinos designios, que no al destino que le han impuesto los dueños del Mercado, es la inevitable causa de que atraiga, amén de esa desgracia, toda suerte de desastres.
Y en su infortunio, reitera el primer mundo, quienes fueran continentes y hoy son contenedores, ni siquiera son capaces de administrar sus accidentes. Ninguna otra expresión como la de “tercermundista” para mejor retratar una gestión torpe, contraproducente y tardía. O sea, nefasta.

Curiosamente, en el último año, para no ir más lejos, los accidentes que han ocupado las portadas de todos los medios, y les doy el beneficio de llamarlos accidentes, han tenido como protagonistas a los listos de la clase.

En abril del 2010 explotaba y se hundía una plataforma petrolera en el Golfo de México propiedad de la compañía Transocean y que trabajaba en concesión la British Petroleum, con licencia del gobierno estadounidense. Sólo la incompetencia que la administración de ese gobierno exhibiera en relación al huracán Katrina, antes y después de la tragedia, podría competir en desafueros y falsedades con la catástrofe ocurrida en el Caribe. Acusaciones entre la compañía propietaria y la multinacional inglesa, engaños, desmentidos, informes desaparecidos, dimisiones… Obama, comprensivo y cauto al principio, acabó por irritarse ante la ineptitud demostrada por los tantos expertos y sus geniales ideas en su afán de interrumpir el vertido.
El presidente estadounidense, que había autorizado la explotación de hidrocarburos en base a plataformas petroleras en el mar, hasta dejó en suspenso por unos días la medida. Detrás habían quedado playas arruinadas, aguas contaminadas, flora y fauna perdidas, y unos cuantos muertos que no fueron noticia. No eran demasiados.

Los protagonistas: los listos de la clase.

Fukushima todavía se hace sitio en los medios para seguir desmintiendo, sea con cuentagotas, todas las mentiras vertidas, casi tanta como el agua contaminada que han arrojado al mar. El ministro japonés Takeaki Matsumoto pretendió tranquilizar a la opinión pública sobre el vertido de miles de toneladas de agua radiactiva, dado que “los niveles de radiación no ofrecen riesgos a la salud humana”. Y por si acaso sus declaraciones todavía generasen suspicacias, hasta puntualizó que “el vertido de agua contaminada al mar no viola ninguna ley internacional”, horas antes de que su gobierno pidiera “disculpas” a países vecinos por esas miles de toneladas vertidas que ni vulneraban leyes ni afectaban a la salud. Nadie sabe todavía porqué se pedían disculpas, y si eran sólo disculpas lo que cabría esperar luego de que trascendiera, además de las excusas, que la contaminación en el océano sobrepasaba en 7,5 millones de veces los límites legales. Hasta las ballenas van a seguir prefiriendo que las arponeen.

Como ocurriera con el desastre del Golfo de México, también en Japón se dieron cita los más sesudos expertos, por ende japoneses, para superar en su incompetente y mendaz gestión el caso del derrame de petróleo en el Caribe. Se llega, incluso a tener que corregir desde París la magnitud de la alarma que mentía Japón.

Reproches, excusas, incoherencias, datos que se borran, antecedentes que se ocultan, y una interminable sucesión de propuestas que en cuestión de horas se aprueban y suspenden, mientras sigue ampliándose el diámetro de la desgracia y multiplicándose el número de desalojados y muertos.

Meses atrás, en Alemania, estallaba el escándalo de los huevos con dioxinas. Fue visto y no visto. La noticia, como si se tratara de un número circense de prestidigitación, se asomó a alguno de los grandes medios de comunicación y, con la misma discreción con que se nos presentara, desapareció al día siguiente de puntillas, sin hacer ruido, no fuera a provocar otro estado de alarma. Detrás quedaron millones de huevos con dioxinas en mercados europeos, decenas de miles de toneladas de piensos contaminados, casi cinco mil granjas avícolas y porcinas cerradas en Alemania, alrededor de 25 fábricas de piensos involucradas y millones de pérdidas… Y, por supuesto, las correspondientes explicaciones de las autoridades alemanas que se apresuraron a tranquilizar a la ciudadanía, la propia y la ajena, porque los niveles de dioxinas detectados no constituían un riesgo para la salud humana. Y si así hubiera sido, que no lo era, aseguraban los expertos, “sólo consumiendo muchos huevos y durante mucho tiempo podría resultar afectada la salud de los consumidores”, pero hasta en esas circunstancias, las autoridades sanitarias estimaban que “la mezcla de los huevos habrá diluido los niveles de dioxinas y se cree que no presentará riesgos para la salud”.

No había porqué inquietarse. Ni siquiera el hecho, tan viejo como consentido, de que para la fabricación de piensos se utilicen grasas y aceites industriales no aptos para el consumo humano, debe intranquilizar a nadie. Como tampoco hay que preocuparse por el hecho de que la contaminación de los huevos con dioxinas ya estuviera en conocimiento de las autoridades casi un año antes de que, finalmente, se denunciara y trascendiera.
En la eficiente y laboriosa Alemania es que también ha surgido el brote de ‘E.coli’ que primero se achacó al pepino y después a la soja, a la espera de que el tomate demuestre su inocencia y la alcachofa pruebe su coartada antes de que la berenjena sea interrogada.

Pasan los días, aumenta el número de muertos y de hospitalizados, y las autoridades alemanas siguen sin dar con el origen del brote infeccioso, repasando el santoral de verduras para dar con la que más convenga, entre discusiones, incongruencias, disimulos, pretextos...

Los protagonistas: los listos de la case.

Y mientras tanto, el tonto de la clase, aquel alumno a quien los listos de la clase prohibieran primero y bloquearan después, aquel a quien intervinieran, aquel con quien desfogan sus peores humores, aquel de quien los listos hicieran mofa burlándose de su subdesarrollo, tan contento, dándole a los listos cátedras de ética y moral y enseñándoles a andar en bicicleta.

18 June 2011

El premio Nobel, Pablo Neruda

La verdad es que todo escritor de este planeta llamado Tierra quiere alcanzar alguna vez el Premio Nobel, incluso los que no lo dicen y también los que lo niegan.
En América Latina, especialmente, los países tienen sus candidatos, planifican sus campañas, diseñan su estrategia. Esta ha perdido a algunos que merecieron recibirlo. Tal es el caso de Rómulo Gallegos. Su obra es grande y decorosa. Pero Venezuela es el país del petróleo, es decir el país de la plata, y por esa vía se propuso conseguírselo. Designó un embajador en Suecia que se fijó como suprema meta la obtención del premio para Gallegos. Prodigaba las invitaciones a comer; publicaba las obras de los académicos suecos en español, en imprentas del propio Estocolmo, todo lo cual ha debido parecer excesivo a los susceptibles y reservados académicos. Nunca se enteró Rómulo Gallegos de que la inmoderada eficacia de un embajador venezolano fue, tal vez, la circunstancia que lo privó de recibir un título literario que tanto merecía.

En Paris me contaron en cierta ocasión una historia triste ribeteada de humor cruel. En esta oportunidad se trataba de Paul Valéry. Su nombre se rumoreaba y se imprimía en Francia como el más firme candidato al Premio Nobel de aquel año. La misma mañana en que se discutía el veredicto en Estocolmo, buscando apaciguar el nerviosismo que le producía la inmediata noticia, Valéry salió muy temprano de su casa de campo, acompañado de su bastón y su perro.
Volvió de la excursión al mediodía, a la hora del almuerzo. Apenas abrió la puerta, preguntó a la secretaria:
-¿Hay alguna llamada telefónica?
-Sí, señor. hace pocos minutos lo llamaron de Estocolmo.
-¿Qué noticia le dieron? -dijo, ya manifestando abiertamente su emoción.
-Era una periodista sueca que quería saber su opinión sobre el movimiento emancipador de las mujeres.
El propio Valéry refería la anécdota con cierta ironía. Y la verdad es que tan grande poeta, tan impecable escritor, jamás obtuvo
el valioso premio.
Por lo que a mí concierne, deben reconocerme que fui muy precavido.
Desde que supe que mi nombre se mencionaba (y se mencionó no sé cuántas
veces) como candidato, decidí no volver a Suecia, país que me atrajo desde muchacho, cuando con Tomás Lago, nos erigimos en discípulos auténticos de un pastor excomulgado y borrachín llamado Gosta Berling. Además, estaba aburrido de ser mencionado cada año, sin que las cosas fueran más lejos. Ya me parecía irritante ver aparecer mi nombre en las competencias anuales, como si yo fuera un caballo de carrera. Por otro lado los chilenos, literarios o populares, se consideraban agredidos por la indiferencia de la academia sueca. Era una situación que colindaba peligrosamente con lo ridículo.
Finalmente, como todo el mundo lo sabe, me dieron el Premio Nobel, cuando yo me encontraba en Paris, en 1.971, recién llegado a cumplir mis tareas de embajador de Chile.

Pablo Neruda ( Chile, 1904-1973 )
Tomado de "Confieso que he vivido"

10 June 2011

El verbo ser, André Breton

Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene alas, no se sienta necesariamente a una mesa quitada en una terraza, de noche, a la orilla del mar. La desesperación es y no es el retorno de una serie de pequeños hechos como semillas que al caer la noche dejan un surco por otro. No es el musgo sobre una piedra o el vaso de beber. Es un barco plagado de nieve, si queréis, como los pájaros que mueren y su sangre no tiene el más mínimo espesor. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Una forma muy pequeña, delimitada por joyas de pelo. Es la desesperación. Un collar de perlas para el que no se sabría encontrar broche y cuya existencia no pende siquiera de un hilo, eso es la desesperación. Del resto no hablemos. Acabaríamos por desesperarnos si comenzáramos. Yo desespero del tragaluz hacia las cuatro, desespero del abanico hacia las doce, desespero del cigarrillo de los condenados. Conozco la desesperación a grandes rasgos. La desesperación no tiene corazón, la mano permanece siempre ante la desesperación jadeando, ante la desesperación que los espejos jamás nos dicen si ha muerto.

 Vivo de esa desesperación que me encanta. Me gusta esa mosca azul que vuela por el cielo a la hora en que las estrellas canturrean. Conozco a grandes rasgos la desesperaci6n de los largos y frágiles asombros, la desesperaci6n de la soberbia, la desesperación de la ira. Me levanto todos los días como todo el mundo y extiendo los brazos sobre un papel de flores, no me acuerdo de nada, y siempre descubro con desesperaci6n los bellos árboles desarraigados de la noche. El aire de la habitaci6n es bello como unas baquetas de tambor. Forma un tiempo de tiempo. Conozco la desesperación a grandes rasgos. Es como el viento que me ayuda. ¡Se tendrá idea de semejante desesperación! ¡Fuego! Ah, vendrán otra vez... ¡Socorro! Helos ahí cayendo por la escalera... Y los anuncios de periódico, los letreros luminosos a lo largo del canal. A grandes rasgos la desesperación carece de importancia. Es un incordio de estrellas que de nuevo va a formar un día de menos, es un incordio de días de menos que de nuevo va a formar mi vida.

André Breton ( Francia, 1896 - 1966 )
Versión en español de Manuel Álvarez Ortega

El arte de amar, Erich Fromm

¿Es el amor un arte?
¿Es el amor un arte? En tal caso, requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia
es una cuestión de azar, algo con lo que uno "tropieza" si tiene suerte? Este libro se basa en la primera premisa, si bien es indudable que la mayoría de la gente de hoy cree en la segunda.
No se trata de que la gente piense que el amor carece de importancia. En realidad, todos están sedientos de amor; ven innumerables películas basadas en historias de amor felices y desgraciadas, escuchan centenares de canciones triviales que hablan del amor, y, sin embargo, casi nadie piensa que hay que aprender acerca del amor.
Esa peculiar actitud se basa en varias premisas que, individualmente o combinadas, tienden a sustentarla. Para la mayoría de la gente, el problema del amor consista fundamentalmente en ser amado, no en amar, no en la propia capacidad de amar. De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dignos de amor. Para alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado en especial por los hombres, es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo permita el margen social de la propia posición. Otro usado particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas por medio del cuidado del cuerpo, la ropa, etc. Existen otras formas de hacerse atractivo, que utilizan tanto los hombres como las mujeres, tales como tener modales agradables y conversación interesante, ser útil, modesto, inofensivo. Muchas de las formas de hacerse querer son iguales a las que se utilizan para alcanzar el éxito, para "ganar amigos a influir sobre la gente".
En realidad, lo que para la mayoría de la gente de nuestra cultura equivale a digno de ser amado es, en esencia, una mezcla de popularidad y sex-appeal.
La segunda premisa que sustenta la actitud de que no hay nada que aprender sobre el amor, es la suposición de que el problema del amor es el de un objeto y no de una facultad. La gente cree que amar es sencillo y difícil encontrar un objeto apropiado para amar para ser amado por él. Tal actitud tiene varias causas, arraigadas en el desarrollo de la sociedad moderna. Una de ellas es la profunda transformación que se produjo en el siglo veinte con respecto a la elección del "objeto amoroso". En la era victoriana, así como en muchas culturas tradicionales, el amor no era generalmente una experiencia personal espontánea que podía llevar al matrimonio. Por el contrario, el matrimonio se efectuaba por un convenio entre las respectivas familias o por medio de un agente matrimonial, o también sin la ayuda de tales intermediarios; se realizaba sobre la base de consideraciones sociales, partiendo de la premisa de que el amor surgiría después de concertado el matrimonio. En las últimas generaciones el concepto de amor romántico se ha hecho casi universal en el mundo occidental. En los Estados Unidos de Norteamérica, si bien no faltan consideraciones de índole convencional, la mayoría de la gente aspira a encontrar un "amor romántico", a tener una experiencia personal del amor que lleve luego al matrimonio. Ese nuevo concepto de la libertad en el amor debe haber acrecentado enormemente la importancia del objeto frente a la de la función.

Hay en la cultura contemporánea otro rasgo característico, estrechamente vinculado con ese factor. Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo lo que pueda, ya sea al contado o a plazos. El hombre (o la mujer) considera a la gente en una forma similar. Una mujer o un hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir. "Atractivo" significa habitualmente un buen conjunto de cualidades que son populares y por las cuales hay demanda en el mercado de la personalidad. Las características específicas que hacen atractiva a una persona, dependen de la moda, de la época, tanto física como mentalmente.
 Durante los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, una joven que bebía y fumaba, emprendedora y sexualmente provocadora, resultaba atractiva; hoy en día la moda exige más domesticidad y recato. A fines del siglo XIX y comienzos de éste, un hombre debía ser agresivo y ambicioso -hoy tiene que ser sociable y tolerante- para resultar atractivo.
De cualquier manera, la sensación de enamorarse sólo se desarrolla con respecto a las mercaderías humanas que están dentro de nuestras posibilidades de intercambio. Quiero hacer un buen negocio; el objeto debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social y, al mismo tiempo, debo resultarle deseable, teniendo en cuenta mis valores y potencialidades manifiestas y ocultas.
De ese modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio. Lo mismo que cuando se compran bienes raíces, suele ocurrir que las potencialidades ocultas susceptibles de desarrollo desempeñan un papel de considerable importancia en tal transacción. En una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el marcado de bienes y de trabajo.
El tercer error que lleva a suponer que no hay nada que aprender sobre el amor, radica en la confusión entre la experiencia inicial del "enamorarse" y la situación permanente de estar enamorado, o mejor dicho de "permanecer" enamorado. Si dos personas que son desconocidas la una para la otra, como lo somos todos, dejan caer pronto la barrera que las separa, y se sienten cercanas, se sienten uno, ese momento de unidad constituye uno de los más estimulantes y excitante para la vida. Y resulta aún más maravilloso y milagroso para aquellas personas que han vivido encerradas, aisladas sin amor. Ese milagro de súbita intimidad suele verse facilitado si se combina o inicia con la atracción sexual y su consumación. Sin embargo, tal tipo de amor es, por su misma naturaleza, poco duradero.

Las dos personas llegan a conocerse bien, su intimidad pierde cada vez más su carácter milagroso, hasta que su antagonismo, sus desilusiones, su aburrimiento mutuo, terminan por matar lo que pueda quedar de la excitación inicial. No obstante, al comienzo no saben todo esto: en realidad, consideran la intensidad del apasionamiento, ese estar "locos" el uno por el otro como una prueba de la intensidad del amor, cuando sólo muestra el grado de su soledad anterior.
Esa actitud -que no hay nada más fácil que amar- sigue siendo la idea prevaleciente sobre el amor, a pesar de las abrumadoras pruebas de lo contrario. Prácticamente no existe ninguna otra actividad o empresa que se inicie con tremendas esperanzas y expectaciones, y que, no obstante, fracase tan a menudo como el amor. Si ello ocurriera con cualquier otra actividad, la gente estaría ansiosa por conocer los motivos del fracaso y por corregir sus errores -o renunciaría a la actividad-. Puesto que lo último es imposible en el caso del amor, sólo parece haber una forma adecuada de superar el fracaso del amor, y es examinar las causas de tal fracaso y estudiar el significado del amor.
El primer paso a dar es tomar conciencia de que el amor es un arte, tal como es un arte el vivir. Si deseamos aprender a amar debemos proceder en la misma forma en que lo haríamos si quisiéramos aprender cualquier otro arte, música, pintura, carpintería o el arte de la medicina o de la ingeniería.
¿Cuáles son los procesos necesarios para aprender cualquier arte?
El proceso de aprender un arte puede dividirse convenientemente en dos partes: una, el dominio de la teoría; la otra el dominio de la práctica. Si quiero aprender el arte de la medicina, primero debo conocer los hechos relativos al cuerpo humano y a las diversas enfermedades.
Una vez adquirido todo ese conocimiento teórico, aún no soy en modo alguno competente en el arte de la medicina. Sólo llegaré a dominarlo después de mucha práctica, hasta que eventualmente los resultados de mi conocimiento teórico y los de mi práctica se fundan en uno, mi intuición, que es la esencia del dominio de cualquier arte. Pero aparte del aprendizaje de la teoría y de la práctica un tercer factor es necesario para llegar a dominar cualquier arte – el dominio del arte deber ser de fundamental importancia: nada en el mundo debe ser más importante que el arte. Esto es válido para la música, la medicina. La carpintería y el amor. Y quizás radique ahí el motivo de que la gente de nuestra cultura, a pesar de sus evidentes fracasos, sólo en tan contadas ocasiones trata de aprender ese arte. No obstante el profundo anhelo de amor, casi todo lo demás tiene más importancia que el amor: éxito, prestigio, dinero, poder; dedicamos casi toda nuestra energía a descubrir la forma de alcanzar esos objetivos, y muy poca a aprender el arte del amor.
¿Sucede acaso que sólo se consideran dignas de ser aprendidas las cosas que pueden proporcionarnos dinero o prestigio, y que el amor, que "sólo" beneficia al alma, pero que no proporciona ventajas en el sentido moderno, sea un lujo por el cual no tenemos derecho a gastar muchas energías? Sea como fuere, este estudio ha de referirse al arte de amar en el sentido de las divisiones antes mencionadas: primero, examinaré la teoría del amor - lo cual abarcará la mayor parte del libro, y luego analizaré la práctica del amor, si bien es muy poco lo que puede decirse sobre la práctica de éste como en cualquier otro campo.

Erich Fromm ( Alemania, 1900 - 1980 )

06 June 2011

gian franco plagliaro

Te Amo

Te amo
Te amo de una manera inexplicable.
De una forma inconfesable.
De un modo contradictorio.
Te amo
Con mis estados de ánimo que son muchos,
y cambian de humor continuamente.
Por lo que ya sabes,
El tiempo.
La vida.
La muerte.

Te amo
con el mundo que no entiendo.
Con la gente que no comprende.
Con la ambivalencia de mi alma.
Con la incoherencia de mis actos,
Con la fatalidad del destino.
Con la conspiración del deseo.
Con la ambigüedad de los hechos.
Aún cuando te digo que no te amo, te amo.
Hasta cuando te engaño, no te engaño.
En el fondo, llevo a cabo un plan,
para amarte... mejor.
Pues, aunque no lo creas, mi piel
extraña enormemente
la ausencia de tu piel.

Te amo.
Sin reflexionar, inconscientemente, irresponsablemente, espontáneamente,involuntariamente,

por instinto, por impulso, irracionalmente.
En efecto no tengo argumentos lógicos,

ni siquiera improvisados
para fundamentar este amor que siento por ti,
que surgió misteriosamente de la nada,
que no ha resuelto mágicamente nada,
y que milagrosamente, de a poco,

con poco y nada ha mejorado lo peor de mi.

Te amo.
Te amo con un cuerpo que no piensa,

con un corazón que no razona,
con una cabeza que no coordina.
Te amo incomprensiblemente.
Sin preguntarme por qué te amo.
Sin importarme por qué te amo.
Sin cuestionarme por qué te amo.
Te amo sencillamente porque te amo.

Yo mismo no sé por qué te amo.

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JOSE MARTI:

"A servir modestamente a los hombres me preparo; a andar, con el libro al hombro, por los caminos de la vida nueva; a auxiliar, como soldado humilde, todo brioso y honrado propósito: y a morir de la mano de la libertad, pobre y fieramente."

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