Se ha demostrado que el ejercicio, al incrementar la capacidad de los glóbulos para absorber oxígeno, mejora no sólo las funciones muscular, pulmonar y cardiaca, sino también la función cerebral. Los niños que hacen cinco minutos de ejercicio antes de ir a clase, rinden más. La actividad física aumenta la producción de serotonina en el cerebro, la cual ejerce un efecto antidepresivo y agudiza las funciones intelectuales.
Nuestros chicos tienen alma de «exploradores». La antropóloga Hellen Fisher nos recuerda cómo hace millones de años y durante otros tantos miles de años la tarea básica y principal de los varones era precisamente la de explorar el entorno, buscando un lugar seguro para todos al abrigo de las fieras y del frío, explorar zonas para cazar, explorar cuevas para dormir lejos de los peligros, explorar, explorar y explorar.
La época de los seis a los doce años significa, desde el punto de vista del desarrollo psicológico, la maduración de los chicos, el desarrollo continuo de la musculatura en los juegos deportivos y el ejercicio del «dominio activo del mundo». Pero nadie parece percatarse de esta necesidad de movimiento de los chicos (Christa Meves en “Las chicas son diferentes y los chicos más”).
Los chicos siempre serán más indisciplinados y violentos ya que les impulsa la testosterona y su cerebro les dirige hacia una «expresión espacial del estrés y tienden a desahogarse físicamente». Por esto necesitan más autoridad, disciplina y atención que las niñas…
Los niños se expresan con mucha más energía y suelen tratar de imponer su criterio por la fuerza física desde que apenas tienen dos años. Esto hace que provoquen en su entorno choques mucho más frecuentes que las chicas. Y por ello suelen estar más expuestos a la censura y al castigo.
Este mayor movimiento de los niños requiere por parte de profesores y padres enormes dosis de comprensión, ya que, si no somos conscientes de las diferencias en su comportamiento con las niñas, más tranquilas, obedientes y disciplinadas, tendemos a «criminalizar» su conducta, considerándolos «malos». Conozco algunos padres que después de haber tenido sólo hijas, cuando por fin llega el deseado varón, quedan perplejos ante su constante actividad, movimiento y dinamismo y al estar acostumbrados a la actitud más tranquila de las niñas, suelen tacharlo de malo o travieso. Esto sucede también con los docentes. La inmensa mayoría del profesorado en infantil y primaria está compuesto por mujeres que a veces no comprenden las actitudes de los chicos, castigándolos con mayor frecuencia que a las niñas, sencillamente por comportarse como chicos.
Por otro lado, para ser realmente justos con los niños, es imprescindible que al hablar de violencia nos estemos refiriendo a actos realmente negativos o dañinos. Muchas veces las mujeres, madres y profesoras, tienden a calificar como violencia actuaciones que no lo son desde el punto de vista masculino (peleas entre amigos, luchas ficticias, juegos de guerra, empujones bromeando). La profesora Barba Wilder-Smith, después de estudiar la conducta de los varones durante un año en la escuela, llegó a la conclusión de que lo que parece violento a algunas mujeres del comportamiento de los muchachos puede ser sin embargo «una valiosa herramienta para el niño, su manera de hacer frente al miedo y la forma de caer en cuenta de su pequeñez dentro del universo»”‘. Esto no significa que no se les deba vigilar y controlar mientras juegan.
También la falta de empatía masculina o la dificultad para interpretar las expresiones faciales tiene mucho que ver con el peor comportamiento de los niños. En un estudio científico se filmó a unos padres en una sala de espera con sus hijos. Los investigadores descubrieron que los padres reprimían mucho más a sus hijos varones que a las niñas. La razón: los niños intentaban tocar con mayor frecuencia lo que estaba prohibido; mientras que las niñas antes de tocar o hacer algo indebido miraban las caras de sus padres buscando en su mirada la desaprobación o aprobación en relación con sus pretensiones. Las niñas además miraban más a menudo a sus padres para captar esas señales y enseguida las decodificaban o interpretaban, en cambio los niños o no las leían o las ignoraban. También comprobaron que el niño no entendía que estaba haciendo algo no permitido hasta que el padre o la madre se lo decían verbalmente.
Desde que tienen pocas semanas de vida las niñas estudian cualquier rostro que se les ponga delante, el contacto visual es esencial para ellas. Sin embargo, los varones no tienen los circuitos cerebrales dispuestos para la observación mutua. Muchas madres se preocupan cuando comprueban lo poco que sus hijos las miran directamente a los ojos. Prefieren observar los objetos que les rodean con mucha más frecuencia que nuestro rostro. Esta actitud se acentuará aún más en la adolescencia, cuando será toda una hazaña lograr que nuestro hijo nos mantenga la mirada mientras le hablamos. Por el contrario, las niñas nacen interesadas en la expresión emocional e interpretando las miradas de las personas que les rodean descubren si son queridas, admitidas, admiradas, amadas o molestas, ignoradas, malas o pesadas. Y actúan en consecuencia.
19 July 2010
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