Se ha podido comprobar cómo los niños y las niñas tienen una diferente estructura cerebral afectada por la influencia de distintas hormonas, lo que condiciona sus ritmos de maduración, así como sus formas de aprender, abstracción hecha de las múltiples diferencias que exteriorizan asimismo en sus juegos, relaciones, amistades, afectividad o sexualidad. Pero existe otra diferencia fundamental a tener muy en cuenta: el comportamiento…
Estudios diversos, investigaciones y estadísticas (de psicología, psiquiatría, neurología, pedagogía y antropología) demuestran cómo, a igual edad, los chicos son más impulsivos e inquietos; menos ordenados; se concentran menos; encuentran mayores dificultades para expresar sus sentimientos; se quedan atrás en destrezas verbales; muchos tienen problemas de disciplina; muchos sobresalen en agresividad, nivel de aspiraciones e inadaptación escolar.
Una investigación desarrollada por la universidad de Vermont, en 1997, en la que se estudiaron las reacciones y comportamientos de niños de doce países diferentes (con niveles de renta muy distintos para que el factor económico no fuera un elemento determinante del resultado) concluyó que los muchachos, como regla general, tienden más a pelearse, decir palabrotas, tener rabietas e insultar; concluyendo que un niño, por ejemplo, español, tiene mucho más en común con otros niños chinos o africanos que con su propia hermana.
Nuevamente la testosterona es la responsable de este comportamiento masculino, pues, entre otras cosas, favorece e impulsa el desarrollo muscular de los chicos. Esto hace que los varones sientan la necesidad casi irresistible de moverse como un efecto reflejo a esos profundos cambios interiores que están experimentando. Este fenómeno no se da en las niñas con tal intensidad pues no se ven afectadas en cantidades tan elevadas por la testosterona, siendo por ello, más disciplinadas, obedientes y, en general, tranquilas.
Los niños suelen mostrar en clase y en casa un comportamiento dominante en cuanto al espacio que ocupan. La razón se encuentra en que aprenden conforme a los parámetros espaciales de su cerebro. Muchas veces, sin darse cuenta, invaden el espacio de sus compañeros, lo que provoca conflictos y problemas. Como afirma Michael Gurian, «Si los profesores no tienen en cuenta que los chicos necesitan más espacio que las chicas para aprender, inevitablemente estos quedan como unos groseros e incorregibles» (cfr. Una opción por la diversidad). Un excelente lugar para observar este dinamismo masculino y la necesidad de movimiento casi constante, son los patios o recreos de las escuelas. Allí podemos ver cómo se impone una clara “hegemonía masculina”. Los niños «se comen» el recreo con sus juegos. Los partidos de fútbol, el pilla-pilla, policías y ladrones, son juegos que precisan de mucho espacio físico.
La realidad es que las niñas demandan mucho menos espacio en sus juegos, incluso a veces prefieren las esquinas de los patios para formar sus grupitos; allí encuentran la tranquilidad e intimidad necesaria para desarrollar el elemento clave en torno al cual gira su relación de amistad: la conversación… El recreo es importante para las niñas, pero para los niños es esencial. Es el lugar donde pueden por fin «estirar las piernas», saltar, dar patadas a un balón, trepar, correr desenfrenadamente, en definitiva, permitir a sus músculos -que están en pleno desarrollo- y a la testosterona que inunda sus cerebros desahogarse antes de volver a sentarse quietecitos en el pupitre, que se convertirá en auténtica «silla de tortura» si antes no les hemos dado la oportunidad de desarrollar y expresar al máximo sus capacidades físicas en el recreo… Existen estudios psicológicopedagógicos que demuestran cómo los niños necesitarían hasta ocho descansos a lo largo de la jornada escolar para poder estar tranquilos y concentrados en el aula. Mientras que a las niñas les basta con uno.
17 July 2010
NINOS MALOS, NINAS BUENAS???-1
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