22 April 2010

POETAS MALDITOS (1)









Los poetas malditos (del francés Les Poètes maudits)surge de una prosa poética de Paul Verlaine publicada en 1888. En esta obra se honra a seis poetas: Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore, Auguste Villiers de L'Isle-Adam y Pauvre Lelian (anagrama de Paul Verlaine). El calificativo de "Poeta maldito" se hizo rápidamente famoso, y pasó a ser utilizado para referirse a otros escritores que no necesariamente eran amigos de Verlaine.
También se usa el término malditismo. Por lo general, el calificativo se refiere a un talentoso poeta que entiende de su juventud, rechaza los valores de la sociedad, encabeza provocaciones peligrosas, es antisocial o libre; por lo general muere antes de que su genio sea reconocido por su valor razonable. Por lo que, además del propio Paul Verlaine y los otros cinco poetas, también se pueden definir como "poetas malditos" a François Villon, Thomas Chatterton, Aloysius Bertrand, Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, el conde de Lautréamont, Petrus Borel, Charles Cros, Germain Nouveau, Antonin Artaud, Émile Nelligan, Armand Robin, Olivier Larronde, John Keats y Edgar Allan Poe.
A Elena.
Edgar Allan Poe.


Te ví una vez, sólo una vez, hace años:
no debo decir cuantos, pero no muchos.
Era una medianoche de julio, y de luna llena que, como tu alma,
cerníase también en el firmamento,
y buscaba con afán un sendero a través de él.
Caía un plateado velo de luz, con la quietud, la pena y el sopor sobre los rostros vueltos a la bóveda de mil rosas que crecen en aquel jardín encantado, donde el viento sólo deambula sigiloso, en puntas de pie.


Caía sobre los rostros vueltos hacia el cielo
de estas rosas que exhalaban,
a cambio de la tierna luz recibida,
sus ardorosas almas en el morir extático.
Caía sobre los rostros vueltos hacia la noche
de estas rosas que sonreían y morían,
hechizadas por tí, y por la poesía de tu presencia.

Vestida de blanco, sobre un campo de violetas,
te vi medio reclinada,
mientras la luna se derramaba sobre los rostros
vueltos hacia el firmamento de las rosas,
sobre tu rostro,
también vuelto hacia el vacío, ¡Ah! por la Tristeza.
¿No fue el Destino el que esta noche de julio,
no fue el Destino, cuyo nombre es también Dolor,
el que me detuvo ante la puerta de aquel jardín
a respirar el aroma de aquellas rosas dormidas?

No se oía pisada alguna;
el odiado mundo entero dormía,
salvo tú y yo
(¡Oh, Cielos, cómo arde mi corazón
al reunir estas dos palabras!).
Salvo tú y yo únicamente. yo me detuve, miré...
y en un instante todo desapareció de mi vista
(Era de hecho, un Jardín encantado).
El resplandor de la luna desapareció,
también las blandas hierbas y las veredas sinuosas,
desaparecieron los árboles lozanos
y las flores venturosas;
el mismo perfume de las rosas en el aire expiró.
Todo, todo murió, salvo tú; salvo la divina luz en tus ojos,
el alma de tus ojos alzados hacia el cielo.
Ellos fueron lo único que vi; ellos fueron el mundo entero para mí:
ellos fueron lo único que vi durante horas, lo único que vi hasta que la luna se puso.
¡Qué extrañas historias parecen yacer

escritas en esas cristalinas, celestiales esferas!
¡Qué sereno mar vacío de orgullo!
¡Qué osadía de ambición!
Más ¡qué profunda,
qué insondable capacidad de amor!
Pero al fin, Diana descendió hacia occidente
envuelta en nubes tempestuosas; y tú,
espectro entre los árboles sepulcrales,
te desvaneciste.
Sólo tus ojos quedaron.
Ellos no quisieron irse
(todavía no se han ido).
Alumbraron mi senda solitaria
de regreso al hogar.

Ellos no me han abandonado un instante
(como hicieron mis esperanzas)
desde entonces.
Me siguen, me conducen
a través de los años;
son mis Amos, y yo su esclavo.

Su oficio es iluminar y enardecer;
mi deber, ser salvado por su luz resplandeciente,
y ser purificado en su eléctrico fuego,
santificado en su elisíaco fuego.

Ellos colman mi alma de Belleza
(que es esperanza), y resplandecen en lo alto,
estrellas ante las cuales me arrodillo
en las tristes y silenciosas vigilias de la noche.

Aun en medio de fulgor meridiano del día los veo:
dos planetas claros,
centelleantes como Venus,
cuyo dulce brillo no extingue el sol.

Edgar Allan Poe

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JOSE MARTI:

"A servir modestamente a los hombres me preparo; a andar, con el libro al hombro, por los caminos de la vida nueva; a auxiliar, como soldado humilde, todo brioso y honrado propósito: y a morir de la mano de la libertad, pobre y fieramente."

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