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24 January 2011

curioso y real, Bright woman are brilliant in bed

But it's not just having brains that counts, it's knowing how to use them in your relationship.
Women have protested it for years, but a (male) scientist has finally discovered that the most important erogenous zone on the female body is, indeed, the brain. Intelligence, not beauty, is the deciding factor when it comes to enjoying sex, which will come as a great relief to clever-but-oh-so-plain girls everywhere.

Moreover, for high-flying career types who spend their days immersed in acquisitions and mergers, or sweating over shareholders' reactions to worse-than-expected first-half losses, the strategic line management of a mere husband come lights out is a walk in the park.

High levels of emotional intelligence also makes it easier for women to fantasise during foreplay. So what if we're secretly running our imaginary hands over the craggy nooks of Jeremy Paxman, Simon Schama or Richard Dawkins? There's no harm done, as long as we don't actually close our eyes and, instead of moaning, "Oh God, oh God…" at a particularly inopportune moment of congress, start asking ourselves: "But what if there is no God?"


Bright women are brilliant in bed http://www.telegraph.co.uk/news/uknews/5314096/Bright-women-are-brilliant-in-bed.html

A study has revealed that women endowed with emotional intelligence have superior sex lives because of their skill at expressing themselves and empathising with their partner.

Bright women apparently have twice as many orgasms as their peers, which of course makes perfect sense.

Novelist Isabel Allende once famously declared that the G-spot is located in a woman's ears; words are the greatest aphrodisiac. Perhaps the reason why emotionally intelligent women have more fun is because they intuitively choose the best (or at least, most biddable) partners, who are imaginative, appreciative and can, at a push, chat a bit while in flagrante.

A woman with a soupçon of common sense can spare herself a lot of grief, boredom and misery by applying her intelligence to weeding out life's roués, rogues and rotters. Whether it's due to IQ or straightforward female intuition is a moot point, but Don't Sleep With Someone You Wouldn't Give A Job To is a fairly sound ground rule.

But I would aver that having a blast in bed has less to do with intelligence per se than confidence, of feeling loved, or at the very least, liked. And a shrewd woman, a woman with self-esteem, will only sleep with a chap who likes her.

Beauty, you see, may get a man into bed. But brains will ensure you know what to do with him (and vice versa) when you get there.

17 July 2010

NINOS MALOS, NINAS BUENAS???-1

Se ha podido comprobar cómo los niños y las niñas tienen una diferente estructura cerebral afectada por la influencia de distintas hormonas, lo que condiciona sus ritmos de maduración, así como sus formas de aprender, abstracción hecha de las múltiples diferencias que exteriorizan asimismo en sus juegos, relaciones, amistades, afectividad o sexualidad. Pero existe otra diferencia fundamental a tener muy en cuenta: el comportamiento…

Estudios diversos, investigaciones y estadísticas (de psicología, psiquiatría, neurología, pedagogía y antropología) demuestran cómo, a igual edad, los chicos son más impulsivos e inquietos; menos ordenados; se concentran menos; encuentran mayores dificultades para expresar sus sentimientos; se quedan atrás en destrezas verbales; muchos tienen problemas de disciplina; muchos sobresalen en agresividad, nivel de aspiraciones e inadaptación escolar.

Una investigación desarrollada por la universidad de Vermont, en 1997, en la que se estudiaron las reacciones y comportamientos de niños de doce países diferentes (con niveles de renta muy distintos para que el factor económico no fuera un elemento determinante del resultado) concluyó que los muchachos, como regla general, tienden más a pelearse, decir palabrotas, tener rabietas e insultar; concluyendo que un niño, por ejemplo, español, tiene mucho más en común con otros niños chinos o africanos que con su propia hermana.
Nuevamente la testosterona es la responsable de este comportamiento masculino, pues, entre otras cosas, favorece e impulsa el desarrollo muscular de los chicos. Esto hace que los varones sientan la necesidad casi irresistible de moverse como un efecto reflejo a esos profundos cambios interiores que están experimentando. Este fenómeno no se da en las niñas con tal intensidad pues no se ven afectadas en cantidades tan elevadas por la testosterona, siendo por ello, más disciplinadas, obedientes y, en general, tranquilas.

Los niños suelen mostrar en clase y en casa un comportamiento dominante en cuanto al espacio que ocupan. La razón se encuentra en que aprenden conforme a los parámetros espaciales de su cerebro. Muchas veces, sin darse cuenta, invaden el espacio de sus compañeros, lo que provoca conflictos y problemas. Como afirma Michael Gurian, «Si los profesores no tienen en cuenta que los chicos necesitan más espacio que las chicas para aprender, inevitablemente estos quedan como unos groseros e incorregibles» (cfr. Una opción por la diversidad). Un excelente lugar para observar este dinamismo masculino y la necesidad de movimiento casi constante, son los patios o recreos de las escuelas. Allí podemos ver cómo se impone una clara “hegemonía masculina”. Los niños «se comen» el recreo con sus juegos. Los partidos de fútbol, el pilla-pilla, policías y ladrones, son juegos que precisan de mucho espacio físico.

La realidad es que las niñas demandan mucho menos espacio en sus juegos, incluso a veces prefieren las esquinas de los patios para formar sus grupitos; allí encuentran la tranquilidad e intimidad necesaria para desarrollar el elemento clave en torno al cual gira su relación de amistad: la conversación… El recreo es importante para las niñas, pero para los niños es esencial. Es el lugar donde pueden por fin «estirar las piernas», saltar, dar patadas a un balón, trepar, correr desenfrenadamente, en definitiva, permitir a sus músculos -que están en pleno desarrollo- y a la testosterona que inunda sus cerebros desahogarse antes de volver a sentarse quietecitos en el pupitre, que se convertirá en auténtica «silla de tortura» si antes no les hemos dado la oportunidad de desarrollar y expresar al máximo sus capacidades físicas en el recreo… Existen estudios psicológicopedagógicos que demuestran cómo los niños necesitarían hasta ocho descansos a lo largo de la jornada escolar para poder estar tranquilos y concentrados en el aula. Mientras que a las niñas les basta con uno.

11 July 2010

DIFERENCIAS INEVITABLES 3-La sexualidad, dos mundos diferentes

Por lo que hace a la sexualidad, nos encontramos asimismo con dos mundos perfectamente distintos: el masculino y el femenino. En la pubertad, el sexo juega un papel central en la vida de nuestros jóvenes. Pero la forma de asumir esa nueva faceta vital es muy diferente en los chicos y en las chicas. Durante algunos años de la adolescencia el cerebro de la chica y el chico tienen prioridades hondamente diferentes en relación con la sexualidad. En cualquier caso es preciso tener en cuenta que el acto sexual no pone sólo en juego el aparato genital, sino que implica igualmente al corazón, la sensibilidad, la inteligencia y, en resumidas cuentas, a toda la persona (José María Barrio en “La educación diferenciada por sexos. Un apunte antropológico”).

Como regla general, los hombres tienen dos veces y medio más espacio cerebral destinado al impulso sexual. Los pensamientos sexuales flotan en el cerebro masculino varias veces al día. Tanto los hombres como las mujeres generan testosterona, pero aquellos producen diez veces más, lo que significa que su impulso sexual es otras tantas veces mayor que el de las mujeres. El sexo se convierte para un muchacho adolescente en una verdadera obsesión. Esto puede hacer que se sienta aislado y avergonzado en muchas ocasiones.
Las niñas tienden a unir la sexualidad a la afectividad, y buscan relaciones emocionales de largo plazo. Sin embargo, la mayor inmadurez hormonal masculina hace que estos a la misma edad no unan necesariamente la sexualidad a la afectividad y que busquen, por el contrario, relaciones experimentales de corta duración. Las consecuencias de las relaciones sexuales demasiado tempranas, inmaduras o sin que medie el pleno consentimiento libre y consciente de la persona son muy negativas en las chicas que se sienten objetos…

Como medida preventiva, es muy conveniente que las relaciones afectivas con nuestras hijas sean plenas para que ellas se sientan valoradas, lo que a su vez provoca la elevación de su autoestima y por lo tanto su autonomía, independencia y capacidad de tomar decisiones por sí misma.

Rohert Josephs, de la universidad de Texas, ha concluido tras años de investigación que la autoestima de los hombres deriva sobre todo de su capacidad para mantenerse independientes de los demás, mientras que en las mujeres la autoestima se sustenta, en parte, en su capacidad para conservar relaciones afectuosas. Los chicos por el contrario, en la adolescencia, no sólo no temen la soledad sino que les gusta. De manera que no buscan una pareja estable sino que por el contrario prefieren mantener relaciones sexuales de forma indiscriminada sin que medie una relación afectiva duradera.
(…) Al formar a nuestros hijos en el respeto hacia el sexo opuesto, estamos invirtiendo en felicidad personal a largo plazo…

03 July 2010

DIFERENCIAS INEVITABLES 1-La violencia fisica masculina y la violencia psiquica femenina

Llegada la hora de defenderse o de enfrentarse a alguien, las diferencias en el comportamiento y forma de reaccionar de los niños y las niñas vuelven a aflorar de forma inevitable y muy marcada.La violencia de los niños es, como regla general, una violencia física y es mucho más fácil de despertar que la violencia femenina. Los empujones, patadas y puñetazos son la técnica usualmente utilizada para la resolución de conflictos. Desde que apenas se tienen en pie los varones utilizan la fuerza física para marcar su territorio. En un estudio llevado a cabo por Eleanor Maccoby y Carol Jacklin, en 1973, sobre diferencias entre hombres y mujeres, concluyeron que, por lo general, los chicos se enzarzan más en peleas y agresiones ficticias y reales; se insultan más y toman represalias más rápidamente cuando son atacados. Estas diferencias las encuentran tan pronto como se inicia el juego social, sobre los dos años y medio (cfr. The psichology of sex differences)

Basta con observar en cualquier patio infantil cuál es la reacción de los varones cuando entra en su territorio un niño nuevo y se aproxima «peligrosamente» a sus juguetes. Cuando todavía apenas saben articular una palabra, la primera reacción suele ser un empujón. Como afirma el psiquiatra y psicólogo Baron-Cohen, los niños pequeños son más «físicos» que las niñas. Intentarán apartar al que les estorba con empujones, ya que son menos empáticos y más egoístas. Sin embargo, como regla general, las niñas, si alguien les estorba, intentarán persuadirle con palabras para que se marche. Este ejemplo muestra que, como promedio, las niñas antes que la fuerza física prefieren utilizar la mente para manipular a la otra persona y llevarla hacia donde ellas quieren (cfr. La gran diferencia)

La tendencia a la violencia también en los juegos de los muchachos viene provocada en gran medida, como expone la revista médica Scientific American, por las hormonas masculinas. En esta publicación la psicóloga Doreen Kimura escribe lo siguiente: «Sabemos, por ejemplo, de la observación de humanos y no humanos, que los machos son más agresivos que las hembras, que los jóvenes se enzarzan en más actividades violentas… Parece que el factor más importante en la diferenciación de machos y hembras es el nivel de exposición a varias hormonas sexuales en su temprana edad» (cfr. Sex differences in the brain). En la misma línea, el doctor Rubia mantiene que la testosterona es la responsable de la agresividad y la violencia física que aumenta durante la adolescencia, llegando a ser veinte veces más alta en varones que en mujeres (cfr. El sexo del cerebro). Son mucho más frecuentes las reacciones violentas de los chicos pues es más fácil «apretar el botón de la cólera masculina». Esta falta de sensibilidad ante la aflicción o el miedo de los demás nos indica la necesidad especialmente importante en los muchachos de inculcarles normas de conducta moral y herramientas de autocontrol. Por el contrario, las niñas no suelen pegarse, salvo situaciones extremas y, si llega el caso, se sienten «avergonzadas» al pelearse en público… La agresividad femenina se manifiesta de manera diferente a la del varón. Ellas son más complicadas, poliédricas o abyectas. Sus armas suelen ser la murmuración, la mentira para desprestigiar a la rival, la crítica a veces increíblemente sutil, en definitiva, el ataque psicológico. Es lo que Louann Brizendine denomina «agresividad en rosa». Ignorar, no hablar, hacer el vacío o poner un mal gesto o una sonrisita irónica a una compañera al pasar puede tener un efecto tan devastador como un buen puñazo. Si nos acercamos a ese grupo de niñas que está en una esquina jugando tranquilamente a las muñecas o a ser princesas descubriremos un mundo lleno de intrigas, pasiones, traiciones, maquinaciones y murmuraciones. Recordemos el cuento de Blancanieves, la Cenicienta o la Bella Durmiente, donde son siempre mujeres (la madrastra, la bruja o las hermanastras) las que actúan contra otra mujer movidas por envidia a su belleza, inteligencia o dulzura, y siempre lo hacen de manera maquiavélica usando sus «armas de mujer». Según Daniel Goleman, hacia los trece años las niñas se vuelven más hábiles que los chicos en tácticas agresivas ingeniosas, como ostracismo, chismorreo cruel y venganzas indirectas. Los chicos, por lo general, simplemente siguen inclinándose por la confrontación directa cuando se enfadan, olvidándose de estas estrategias más disimuladas (cfr. Emotional intelligence: why it cam matter
more than IQ).

Estos enfrentamientos femeninos llegan a su máxima expresión durante la pubertad, cuando surge la rivalidad sexual y niñas que antes eran amigas se encuentran compitiendo por un mismo chico. En estas situaciones las mujeres pueden llegar a ser increíblemente malignas y destructivas, usando herramientas muy sutiles como la difusión de rumores para desprestigiar a la rival. Los científicos mantienen que, aunque una mujer sea más lenta en actuar físicamente empujada por la cólera, una vez que se ponen en marcha sus circuitos verbales más rápidos, pueden desencadenar un aluvión de palabras insultantes que el hombre no puede igualar.

06 June 2010

11 Places Women Want To Be Touched-1

By David Strovny

We all know which female body parts men most frequently like to explore, but there is more to her than a vagina, breasts and butt. The largest amount of nerve endings may be packed into those areas, but she has pleasure sensors all over her body, and getting her in the mood may be as easy as stimulating some of these often-neglected parts. Incorporating touching these places into foreplay and sex, or just giving her some pleasure after a hard day, will definitely earn you some brownie points.

Hair
Maintaining their gorgeous locks isn’t the only reason women go to their hairstylists so often. The process of wash, cut, color, and styling
can actually be quite a stress reliever. Running your hands gently through her hair is a surefire way to send tingles down her spine. Let your fingers massage circles from her temples to the nape of her neck and she’ll be putty in your hands.
Nape of her neck
Once you get to the nape of her neck, place a few light kisses there. In ancient Japan, the back of a woman’s neck was seen as very attractive by men since it was one of the few places not covered by clothing. In modern times, the nape of the neck is often neglected in favor of more obvious pleasure centers, but never underestimate the power of gentle touches and kisses from her hairline to her shoulders.
Clavicle
A well-defined clavicle, or collarbone, can be very sexy on a woman. Why not show your appreciation for its beauty with your touch and kiss? Pay attention to this body part while she’s still fully clothed, unbuttoning her shirt just enough to reveal the clavicle and no further. You can always come back to it once the clothes have disappeared as well to remind her of the anticipation it created when you started there.
Small of her back
The best way to guide your woman through a crowd is to place your hand against the small of her back. This small gesture shows that you feel protective of her without being too pushy like an arm around the shoulder might be. When you’re alone, kissing or licking down her spine to end up with a kiss on the small of her back will get her heart racing.

20 May 2010

Keep Sex Fun

Use these 13 tips!
by Gary and Barbara Rosberg

Couples often ask us how to keep the excitement in sex. Our answer: Stay connected. Being connected body to body and heart to heart is what makes sex fulfilling and fun. Here are 13 ways you and your spouse can have more passion.
1. Kiss deeply.
Do you remember the kind of kissing you did when you first fell in love? Do you still kiss that deeply and passionately? Rediscover passionate kissing. Take your time. Enjoy the touch and taste of each other's lips.
2. Bask in the afterglow.
Savor the closeness you feel after having sex. Stay in each other's arms. Tell your spouse how good it felt and how much you love him or her. This is one of the most intimate times as a couple.
3. Become a student of your spouse's sexual zones. One episode of the sitcom Friends dealt with the different erogenous zones. The characters were discussing sex outside the context of marriage, which, of course, we don't condone. However, the scriptwriters made an interesting point about males and females. Monica and Rachel identified seven erogenous zones. Chandler said, "You're kidding. I thought there were four." One of the women replied, "See, that's your problem. You go one, two, four. You're missing three, five, six. Oh! And toes! Seven."
A woman has more erogenous zones than just her breasts and vagina. Explore with her, and discover where she's most responsive. Kiss, stroke, or caress each body part. Ask, "How does this feel? Does it make you tingle? What would make you feel even more tingly—if I caressed less or more?" Remember that although it's good to work toward climax, the journey is pretty unbelievable too.
4. Understand a wife's definition of satisfaction.
"I don't get it, Gary," Doug told me at a conference. "I do everything I can think of in bed, but Janet doesn't usually have an orgasm."
"Does that bother Janet?"
"No. She seems content. I don't get that either."
"That's because many women are still satisfied with sex, even when they don't have an orgasm." Doug stared blankly at me. "Huh?"
Husbands, if you want to satisfy your wife, shift your definition of satisfaction. Of course, wives love to climax (who doesn't?), but they can enjoy the lovemaking experience even when they don't reach that place.
Many women enjoy the sensuality of cuddling, kissing, and touching every bit as much as they enjoy the thrill of a climax. Women's sexual pleasure occurs on many levels other than simply orgasm.
5. Understand, accept, and appreciate sexual peaks.
Most men reach their sexual peak in their late teens or early twenties. Most women reach theirs a decade or more later. Often when a woman is in her thirties and forties her sexual desire becomes stronger, sometimes insatiable. And as a man ages, his emotional side increases. Through each stage, couples grow and learn more about each other and become more patient and sensitive to each other's needs. This is God's blessing to us, because it allows a couple's sex life greater longevity and duration.
6. Understand the different kinds of sex.
So often couples feel the pressure to have "perfect" sex—complete with earthquake, fireworks, and multiple orgasms. Not every time you have sex will be a "bell ringer." And that's okay, because you're both connecting. Sometimes sex will be a quickie to meet the need of the moment. Sometimes it will be functional sex, or just because sex, when you think, I'm not in the mood, but my spouse needs me right now. Sometimes it may be comfort sex, when life has brought devastation and the only comfort and security is to be found in the arms of your spouse as a lover. You'll be ahead when you understand that the different kinds of sex point to the ultimate reason for sex: the relationship. The goal is not whether you end with a climax. The goal is that you're connecting as a couple.
7. But make passionate sex the main kind.
Don't rush. In a sex survey we conducted recently, we asked women what they hated about sex. Rushed sex ranked number five. When you have a solid foundation and you've spent years growing together and discovering, then you want to have a lot of variety. But a woman
who is repeatedly unsatisfied, who senses that her husband's pleasure always comes before hers, can feel used and empty. She wants to experience the whole spectrum of sex—the physical, emotional, spiritual, relational. We aren't saying rushed or quickie sex is wrong. But sex can't be rushed all the time. That would be like eating nothing but fast food. Going through the local fast food drive-through for a chili dog and onion rings every once in a while isn't a problem, but your health would suffer if you did it every meal. Make your goal pleasurable sex that satisfies both of you.
8. Communicate what type of sex you need.
If you think you're going to have a quickie and your spouse is expecting a long, passionate encounter, both of you will probably end up frustrated. Clarify your expectations. Women need to prepare mentally for sex. If a wife knows she's headed for quickie sex, she can mentally prepare for that, including the realization that she may not climax. Most of the time she'll still enjoy it, even if she doesn't have the same outcome as her husband.
9. Learn your spouse's sexual triggers.
We often joke about his-and-hers sexual triggers. Usually we say that men have one sexual trigger: everything. Women are a bit more complex. But seriously, because men are more visually stimulated, a man can become aroused by seeing his wife naked, undressing, or wearing something provocative. Typically, women are not that way. So a husband needs to discover what his wife's sexual triggers are.
A wife may be a "touch me" girl: she likes hugs and caresses. She may be a "tell me" girl: she likes affirmation and verbal foreplay. She may be a "listen to me and share with me" girl: she opens up after connecting with her husband through conversation. She may be a "doing" girl: she appreciates it when he picks up messes and helps with housework. She may be a "spiritual food" girl: she becomes open to sex after connecting with him through prayer, reading Scripture, and discussing spiritual matters.
10. Practice the fine art of appreciation.
There's a part of each of us that likes it when our mate is happy with our performance, insight, or advice. We long to hear, "You did a good job," or "You've worked so hard this week; I want to take you out for dinner so you don't have to cook." Sincere verbal appreciation motivates us. Overwhelm your spouse with appreciation, and watch sexual desire increase.
11. Make each other a priority. Multitudes of sex therapists and marriage counselors name fatigue as the number one enemy of sexual intimacy. When couples are worn out, sex is one of the first things to go. If sex enters our minds—even fleetingly—we think, I'd really like to have sex, but when do I have the time and the energy?
We can push sex to the side and claim it's "just for a season." But pretty soon, that season turns into a pattern. That's when it becomes ingrained in the heart and we become blind to what we're doing. Of all sexual issues, exhaustion is the one over which we have the most control. How? By reprioritizing, working less, saying no to outside activities that don't further the marriage, or asking for help. Carve out time each week just to relax and have fun with each other.
Grab your calendars, sit down with your spouse, and talk through your schedules. Ask each other these questions: What is an absolute priority? What feels like an absolute priority but really isn't? What can we get rid of, at least for now? What is the best day to set aside as a time for just the two of us to have sex, to have fun, and enjoy each other? Get yourselves back to remembering, Oh yeah! This is really fun!
12. Say "Why not?"
When our young grandson asks for something, I (Barb) love to respond with "Why not?" He asks, "Can I have a Popsicle?" and I answer, "Why not?" He understands the response so well that he's begun to mimic me: "Why not, Gaga?" I love that because in a sense I'm telling him that I'm his greatest cheerleader. Anything he wants, I affirm.
You know what? That's how I want to be in my marriage. Don't you? I want to be my spouse's cheerleader and affirmer.
What if you started to say "Why not?" to your spouse? Let's say your husband calls you and announces, "I'll meet you at home; we'll enjoy some lunch—and each other." Instead of lamenting the lost opportunity to run an errand, respond, "Why not?" Or when your wife e-mails you and announces, "The kids are going to be at sports practice for two hours. If you come home early, I'll make it worth your while," don't think of that backlog of paperwork on your desk. Respond, "Why not?"
Give yourself permission to enjoy sex. Be open to pleasing your lover. Take on a "Why not?" attitude.
13. Keep practicing!
Sex stirs the craving for more sex. Lovemaking elevates the brain chemicals associated with desire. So as we decide to have sex and find we enjoy our time of lovemaking, our libidos increase, often leading to an increased yearning to have sex more often. What could be more fun and exciting than that?

Adapted from The Five Sex Needs of Men and Women. © 2006 by Gary and Barbara Rosberg. Used by permission of Tyndale House Publishers.

02 November 2009

SantiagoImage via Wikipedia

Isabel Allende Reflexiones Sexo -
UNA NARRACION AL ESTILO DE LA
ESCRITORA ISABEL ALLENDE। EL SEXO POR ISABEL ALLENDE

Mi vida sexual comenzó temprano, más o menos a los cinco años, en el kindergarten de las monjas ursulinas, en Santiago de Chile.
Supongo que hasta entonces había permanecido en el limbo de la inocencia, pero no tengo recuerdos de aquella prístina edad anterior al sexo. Mi primera experiencia consistió en tragarme casualmente una pequeña muñeca de plástico. -Te crecerá adentro, te pondrás redonda y después te nacerá un bebé - me explicó mi mejor amiga, que acababa de tener un hermanito. ¡Un hijo! Era lo último que deseaba.

Siguieron días terribles, me dio fiebre, perdí el apetito, vomitaba. Mi amiga confirmó que los síntomas, eran iguales a los de su mamá. Por fin una monja me obligó a confesar la verdad. -Estoy embarazada -admití hipando. Me vi cogida de un brazo y llevada por el aire hasta la oficina de la Madre Superiora. Así comenzó mi horror por las muñecas y mi curiosidad por ese asunto misterioso cuyo solo nombre era impronunciable: sexo. Las niñas de mi generación carecíamos de instinto sexual, eso lo inventaron Master y Johnson mucho después. Sólo los varones padecían de ese mal que podía conducirlos al infierno y que hacía de ellos unos faunos en potencia durante todas sus vidas.
Cuando una hacía alguna pregunta escabrosa, había dos tipos de respuesta, según la madre que nos tocara en suerte. La explicación tradicional era la cigüeña que venía de París y la moderna era sobre flores y abejas. Mi madre era moderna, pero la relación entre el polen y la muñeca en mi barriga me resultaba poco clara.

A los siete años me prepararon para la Primera Comunión. Antes de recibir la hostia había que confesarse. Me llevaron a la iglesia, me arrodillé detrás de una cortina de felpa negra y traté de recordar mi lista de pecados, pero se me olvidaron todos. En medio de la oscuridad y el olor a incienso escuché una voz con acento de Galicia. -¿Te has tocado el cuerpo con las manos? -Sí, padre. -¿A menudo, hija? -Todos los días... -¡Todos los días! ¡Esa es una ofensa gravísima a los ojos de Dios, la pureza es la mayor virtud de una niña, debes prometer que no lo harás más! Prometí, claro, aunque no imaginaba cómo podría lavarme la cara o cepillarme los dientes sin tocarme el cuerpo con las manos. (Este traumático episodio me sirvió para '
Eva Luna', treinta y tantos años más tarde. Una nunca sabe para qué se está entrenando.)

Nací al sur del mundo, durante la Segunda Guerra Mundial en el seno de una familia emancipada e intelectual en algunos aspectos y casi paleolítica en otros. Me crié en el hogar de mis abuelos, una casa estrafalaria donde deambulaban los fantasmas invocados por mi abuela con su mesa de tres patas. Vivían allí dos tíos solteros, un poco excéntricos, como casi todos los miembros de mi familia. Uno de ellos había viajado a la India y le quedó el gusto por los asuntos de los fakires, andaba apenas cubierto por un taparrabos recitando los 999 nombres de Dios en sánscrito. El otro era un personaje adorable, peinado como
Carlos Gardel y amante apasionado de la lectura. (Ambos sirvieron de modelos-algo exagerados, lo admito- para Jaime y Nicolás en 'La casa de los espíritus'.) La casa estaba llena de libros, se amontonaban por todas partes, crecían como una flora indomable, se reproducían ante nuestros ojos.

Nadie censuraba o guiaba mis lecturas y así leí al Marqués de Sade, pero creo que era un texto muy avanzado para mi edad; el autor daba por sabidas cosas que yo ignoraba por completo, me faltaban referencias elementales. El único hombre que había visto desnudo era mi tío, el fakir, sentado en el patio contemplando la luna y me sentí algo defraudada por ese pequeño apéndice que cabía holgadamente en mi estuche de lápices de colores. ¿Tanto alboroto por eso? A los once años yo vivía en
Bolivia. Mi madre se había casado con un diplomático, hombre de ideas avanzadas, que me puso en un colegio mixto. Tardé meses en acostumbrarme a convivir con varones, andaba siempre con las orejas rojas y me enamoraba todos los días de uno diferente. Los muchachos eran unos salvajes cuyas actividades se limitaban al fútbol y las peleas del recreo, pero mis compañeras estaban en la edad de medirse el contorno del busto y anotar en una libreta los besos que recibían. Había que especificar detalles: quién, dónde, cómo. Había algunas afortunadas que podían escribir:' Felipe, en el baño, con lengua.'
Yo fingía que esas cosas no me interesaban, me vestía de hombre y me trepaba a los árboles para disimular que era casi enana y menos sexy que un pollo. En la clase de biología nos enseñaban algo de anatomía y el proceso de fabricación de los bebés, pero era muy difícil imaginarlo. Lo más atrevido que llegamos a ver en una ilustración fue una madre amamantando a un recién nacido. De lo demás no sabíamos nada y nunca nos mencionaron el placer, así es que el meollo del asunto se nos escapaba ¿por qué los adultos hacían esa cochinada? La erección era un secreto bien guardado por los muchachos, tal como la menstruación lo era por las niñas. La literatura me parecía evasiva y yo no iba al cine, pero dudo que allí se pudiera ver algo erótico en esa época. Las relaciones con los muchachos consistían en empujones, manotazos y recados de las amigas: dice el Keenan que quiere darte un beso, dile que sí pero con los ojos cerrados, dice que ahora ya no tiene ganas, dile que es un estúpido, dice que más estúpida eres tú y así nos pasábamos todo el año escolar.

La máxima intimidad consistía en masticar por turnos el mismo chicle. Una vez pude luchar cuerpo a cuerpo con el famoso Keenan, un pelirrojo a quien todas las niñas amábamos en secreto. Me sacó sangre de narices, pero esa mole pecosa y jadeante aplastándome contra las piedras del patio, es uno de los recuerdos más excitantes de mi vida. En otra ocasión me invitó a bailar en una fiesta. A
La Paz no había llegado el impacto del rock que empezaba a sacudir al mundo, todavía nos arrullaban Nat King Cole y Bing Crosby (¡Oh, Dios! ¿Era eso la prehistoria? ). Se bailaba abrazados, a veces chic-to-chic, pero yo era tan diminuta que mi mejilla apenas alcanzaba la hebilla del cinturón de cualquier joven normal. Keenan me apretó un poco y sentí algo duro a la altura del bolsillo de su pantalón y de mis costillas. Le di unos golpecitos con las puntas de los dedos y le pedí que se quitara las llaves, porque me hacían daño.

Salió corriendo y no regresó a la fiesta. Ahora, que conozco más de la naturaleza humana, la única explicación que se me ocurre para su comportamiento es que tal vez no eran las llaves. En 1956 mi familia se había trasladado al Líbano y yo había vuelto a un colegio de señoritas, esta vez a una escuela inglesa cuáquera, donde el sexo simplemente no existía, había sido suprimido del universo por la flema británica y el celo de los predicadores. Beirut era la perla del Medio Oriente. En esa ciudad se depositaban las fortunas de los jeques, había sucursales de las tiendas de los más famosos modistos y joyeros de Europa, los Cadillac con ribetes de oro puro circulaban en las calles junto a camellos y mulas. Muchas mujeres ya no usaban velo y algunas estudiantes se ponían pantalones, pero todavía existía esa firme línea fronteriza que durante milenios separó a los sexos. La sensualidad impregnaba el aire, flotaba como el olor a manteca de cordero, el calor del mediodía y el canto del muecín convocando a la oración desde el alminar. El deseo, la lujuria, lo prohibido...
Las niñas no salían solas y los niños también debían cuidarse. Mi padrastro les entregó largos alfileres de sombrero a mis hermanos, para que se defendieran de los pellizcos en la calle. En el recreo del colegio pasaban de mano en mano foto-novelas editadas en la India con traducción al francés, una versión muy manoseada de 'El amante de Lady Chatterley' y pocket-books sobre las orgías de Calígula. Mi padrastro tenía 'Las 'Mil y Una Noches' bajo llave en su armario, pero yo descubrí la manera de abrir el mueble y leer a escondidas trozos de esos magníficos libros de cuero rojo con letras de oro. Me zambullí en el mundo sin retorno de la fantasía, guiada por huríes de piel de leche, genios que habitaban en las botellas y príncipes dotados de un inagotable entusiasmo para hacer el amor. Todo lo que había a mi alrededor invitaba a la sensualidad y mis hormonas estaban a punto de explotar como granadas, pero en Beirut vivía prácticamente encerrada. Las niñas decentes no hablaban siquiera con muchachos, a pesar de lo cual tuve un amigo, hijo de un mercader de alfombras, que me visitaba para tomar Coca-Cola en la terraza.

Era tan rico, que tenía motoneta con chófer. Entre la vigilancia de mi madre y la de su chófer, nunca tuvimos ocasión de estar solos. Yo era plana. Ahora no tiene importancia, pero en los cincuenta eso era una tragedia, los senos eran considerados la esencia de la feminidad. La moda se encargaba de resaltarlos: sweater ceñido, cinturón ancho de elástico, faldas infladas con vuelos almidonados. Una mujer pechugona tenía el futuro asegurado. Los modelos eran Jane Mansfield, Gina Lollobrigida, Sofía Loren. Qué podía hacer una chica sin pechos? Ponerse rellenos. Eran dos medias esferas de goma que a la menor presión se hundían sin que una lo percibiera. Se volvían súbitamente cóncavos, hasta que de pronto se escuchaba un terrible plop-plop y las gomas volvían a su posición original, paralizando al pretendiente que estuviera cerca y sumiendo a la usuaria en atroz humillación. También se desplazaban y podía quedar una sobre el esternón y la otra bajo el brazo, o ambas flotando en la alberca detrás de la nadadora. En 1958 el Líbano estaba amenazado por la guerra civil.

Después de la crisis del Canal de Suez se agudizaron las rivalidades entre los sectores musulmanes, inspirados en la política pan arábiga de Gamal Abder Nasser, y el gobierno cristiano. El Presidente Camile Chamoun pidió ayuda a Eisenhower y en julio desembarcó la VI Flota norteamericana. De los portaaviones desembarcaron cientos de marines bien nutridos y ávidos de sexo. Los padres redoblaron la vigilancia de sus hijas, pero era imposible evitar que los jóvenes se encontraran. Me escapé del colegio para ir a bailar con los yanquis. Experimenté la borrachera del pecado y del rockn'roll. Por primera vez mi escaso tamaño resultaba ventajoso, porque con una sola mano los fornidos marines podían lanzarme por el aire, darme dos vueltas sobre sus cabezas rapadas y arrastrarme por el suelo al ritmo de la guitarra frenética de Elvis Presley. Entre dos volteretas recibí el primer beso de mi carrera y su sabor a cerveza y a Ketchup me duró dos años. Los disturbios en el Líbano obligaron a mi padrastro a enviar a los niños de regreso a Chile. Otra vez viví en la casa de mi abuelo.

A los quince años, cuando planeaba meterme a monja para disimular que me quedaría solterona, un joven me distinguió por allí abajo, sobre el dibujo de la alfombra, y me sonrió. Creo que le divertía mi aspecto. Me colgué de su cintura y no lo solté hasta cinco años después, cuando por fin aceptó casarse conmigo. La píldora anticonceptiva ya se había inventado, pero en Chile todavía se hablaba de ella en susurros. Se suponía que el sexo era para los hombres y el romance para las mujeres, ellos debían seducirnos para que les diéramos la prueba de amor' y nosotras debíamos resistir para llegar 'puras' al matrimonio, aunque dudo que muchas lo lograran. No sé exactamente cómo tuve dos hijos. Y entonces sucedió lo que todos esperábamos desde hacía varios años. La ola de liberación de los sesenta recorrió América del Sur y llegó hasta ese rincón al final del continente donde yo vivía. Arte pop, mini-falda, droga, sexo, bikini y los Beatles. Todas imitábamos a Brigitte Bardot, despeinada, con los labios hinchados y una blusita miserable a punto de reventar bajo la presión de su feminidad.
De pronto un revés inesperado: se acabaron las exuberantes divas francesas o italianas, la moda impuso a la modelo inglesa Twiggy, una especie de hermafrodita famélico. Para entonces a mí me habían salido pechugas, así es que de nuevo me encontré al lado opuesto del estereotipo. Se hablaba de orgías, intercambio de parejas, pornografía. Sólo se hablaba, yo nunca las vi. Los homosexuales salieron de la oscuridad, sin embargo yo cumplí 28 años sin imaginar cómo lo hacen. Surgieron los movimientos feministas y tres o cuatro mujeres nos sacamos el sostén, lo ensartamos en un palo de escoba y salimos a desfilar, pero como nadie nos siguió, regresamos abochornadas a nuestras casas. Florecieron los hippies y durante varios años anduve vestida con harapos y abalorios de la India. Intenté fumar mariguana pero después de aspirar seis cigarros sin volar ni un poco, comprendí que era un esfuerzo inútil. Paz y amor. Sobre todo amor libre, aunque para mí llegaba tarde, porque estaba irremisiblemente casada.

Mi primer reportaje en la revista donde trabajaba fue un escándalo. Durante una cena en casa de un renombrado político, alguien me felicitó por un artículo de humor que había publicado y preguntó si no pensaba escribir algo en serio. Respondí lo primero que me vino a la mente: sí, me gustaría entrevistar a una mujer infiel. Hubo un silencio gélido en la mesa y luego la conversación derivó hacia la comida. Pero a la hora del café la dueña de casa -treinta y ocho años, delgada, ejecutiva en una oficina gubernamental, traje Chanel- me llevó aparte y me dijo que sí le juraba guardar el secreto de su identidad, ella aceptaba ser entrevistada. Al día siguiente me presenté en su oficina con una grabadora. Me contó que era infiel porque disponía de tiempo libre después de almuerzo, porque el sexo era bueno para el ánimo, la salud y la propia estima y porque los hombres no estaban tan mal, después de todo. Es decir, por las mismas razones de tantos maridos infieles, posiblemente el suyo entre ellos. No estaba enamorada, no sufría ninguna culpa, mantenía una discreta garçonière que compartía con dos amigas tan liberadas cómo ella.
Mi conclusión, después de un simple cálculo matemático, fue que las mujeres son tan infieles como los hombres, porque sino ¿con quién lo hacen ellos? No puede ser solo entre ellos o todos siempre con el mismo puñado de voluntarias. Nadie perdonó el reportaje, como tal vez lo hubieran hecho si la entrevistada tuviera un marido en silla de ruedas y un amante desesperado. El placer sin culpa ni excusas resultaba inaceptable en una mujer. A la revista llegaron cientos de cartas insultándonos. Aterrada, la directora me ordenó escribir un artículo sobre 'la mujer fiel'. Todavía estoy buscando una que lo sea por buenas razones. Eran tiempos de desconcierto y confusión para las mujeres de mi edad. Leíamos el Informe Kinsey, el Kamasutra y los libros de las feministas norteamericanas, pero no lográbamos sacudirnos la moralina en que nos habían criado. Los hombres todavía exigían lo que no estaba dispuestos a ofrecer, es decir, que sus novias fueran vírgenes y sus esposas castas. Las parejas entraron en crisis, casi todas mis amistades se separaron.
En Chile no hay divorcio, lo cual facilita las cosas, porque la gente se separa y se junta sin trámites burocráticos. Yo tenía un buen matrimonio y drenaba la mayor parte de mis inquietudes en mi trabajo. Mientras en la casa actuaba como madre y esposa abnegada, en la revista y en mi programa de televisión aprovechaba cualquier excusa para hacer en público lo que no me atrevía a hacer en privado, por ejemplo, disfrazarme de corista, con plumas de avestruz en el trasero y una esmeralda de vidrio pegada en el ombligo. En 1975 mi familia y yo abandonamos Chile, porque no podíamos seguir viviendo bajo la dictadura del General Pinochet. El apogeo de la liberación sexual nos sorprendió en Venezuela, un país cálido, donde la sensualidad se expresa sin subterfugios. En las playas se ven machos bigotudos con unos bikinis diseñados para resaltar lo que contienen. Las mujeres más hermosas del mundo (ganan todos los concursos de belleza), caminan por la calle buscando guerra, al son de una música secreta que llevan en las caderas.
En la primera mitad de los 80 no se podía ver ninguna película, excepto las de Walt Disney, sin que aparecieran por lo menos dos criaturas copulando. Hasta en los documentales científicos había amebas o pingüinos que lo hacían. Fui con mi madre a ver 'El Imperio de los Sentidos' y no se inmutó. Mi padrastro les prestaba sus famosos libros eróticos a los nietos, porque resultaban de una ingenuidad conmovedora comparados con cualquier revista que podían comprar en los kioscos. Había que estudiar mucho para salir airosa de las preguntas de los hijos (mamá ¿qué es pedofilia?) y fingir naturalidad cuando las criaturas inflaban condones y los colgaban como globos en las fiestas de cumpleaños. Ordenando el closet de mi hijo adolescente encontré un libro forrado en papel marrón y con mi larga experiencia adiviné el contenido antes de abrirlo. No me equivoqué, era uno de esos modernos manuales que se cambian en el colegio por estampas de futbolistas.
Al ver a dos amantes frotándose con mousse de salmón me di cuenta de todo lo que me había perdido en la vida. ¡Tantos años cocinando y desconocía los múltiples usos del salmón! ¿En que habíamos estado mi marido y yo durante todo ese tiempo? Ni siquiera teníamos un espejo en el techo del dormitorio. Decidimos ponernos al día, pero después de algunas contorsiones muy peligrosas -como comprobamos más tarde en las radiografías de columna- amanecimos echándonos linimento en las articulaciones, en vez de mousse en el punto G. Cuando mi hija Paula terminó el colegio entró a estudiar Psicología con especialización en sexualidad humana. Le advertí que era una imprudencia, que su vocación no sería bien comprendida, no estábamos en Suecia. Pero ella insistió. Paula tenia un novio siciliano cuyos planes eran casarse por la iglesia y engendrar muchos hijos, una vez que ella aprendiera a cocinar pasta. Físicamente mi hija engañaba a cualquiera, parecía una virgen de Murillo, grácil, dulce, de pelo largo y ojos lánguidos, nadie imaginaría que era experta en esas cosas.

En medio del Seminario de Sexualidad yo hice un viaje a Holanda y ella me llamó por teléfono para pedirme que le trajera cierto material de estudio. Tuve que ir con una lista en la mano a una tienda en Ámsterdam y comprar unos artefactos de goma rosada en forma de plátanos. Eso no fue lo más bochornoso. Lo peor fue cuando en la aduana de Caracas me abrieron la maleta y tuve que explicar que no eran para mí, sino para mi hija. Paula empezó a circular por todas partes con una maleta de juguetes pornográficos y el siciliano perdió la paciencia. Su argumento me pareció razonable: no estaba dispuesto a soportar que su novia anduviera midiéndole los orgasmos a otras personas. Mientras duraron los cursos, en casa vimos videos con todas las combinaciones posibles: mujeres con burros, parapléjicos con sordomudas, tres chinas y un anciano, etc. Venían a tomar el té transexuales, lesbianas, necrofílicos, onanistas, y mientras la virgen de Murillo ofrecía pastelitos, yo aprendía cómo los cirujanos convierten a un hombre en mujer mediante un trozo de tripa.

La verdad es que pasé años preparándome para cuando nacieran mis nietos। Compré botas con tacones de estilete, látigos de siete puntas, muñecas infladas con orificios practicables y bálsamos afrodisíacos, aprendí de memoria las posiciones sagradas del erotismo hindú y cuando empezaba a entrenar al perro para fotos artísticas, apareció el Sida y la liberación sexual se fue al diablo। En menos de un año todo cambió. Mi hijo Nicolás ya se cortó los mechones verdes que coronaban su cabeza, se quitó sus catorce alfileres de las orejas y decidió que era más sano vivir en pareja monogámica. Paula abandonó la sexología, porque parece que ya no era rentable, y en cambio se propuso hacer una maestría en educación cognoscitiva y aprender a cocinar pasta con la esperanza de encontrar otro novio. Lo encontró, se casaron y luego vino la muerte y se la llevó, pero esa es otra historia. Yo compré ositos de peluche para los futuros nietos, me comí­ la mousse de salmón y ahora cuido mis flores y mis abejas.

Isabel Allende

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JOSE MARTI:

"A servir modestamente a los hombres me preparo; a andar, con el libro al hombro, por los caminos de la vida nueva; a auxiliar, como soldado humilde, todo brioso y honrado propósito: y a morir de la mano de la libertad, pobre y fieramente."

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