Rubén Darío, seudónimo del verdadero nombre de Félix Rubén García Sarmiento, nació en Nicaragua el 18 de enero de 1867.
Influenciado por Victor Hugo y otros románticos franceses, Rubén Darío construiría una poesía novedosa en lengua castellana, que le valdría para ser considerado el padre del movimiento modernista a este lado del océano.
Con Rubén Darío,
la poesía se liberó de las retóricas continuidades que imperaban en el
siglo XIX para desnudarse al completo de la mano de un poeta revelador,
que suele identificarse con una imagen nacionalista construida en base a
algunos de sus poemas como la Salutación del optimista o la Marcha triunfal. Rubén Darío no se olvidó en su obra de la temática social,
a veces por encargo y otras por deseo propio, con obras en las que
ensalzó a héroes nacionales o criticó los males de su época, tales como
su Canto a la Argentina o A Roosevelt, donde manifesta su esperanza en la resistencia al imperialismo anglosajón, un sentimiento que también comparte el poema Los cisnes. Pero la poesía de Rubén Darío
era mucho más que eso. Rica en matices y símbolos, y con el erotismo y
el exotismo como principales vectores, la profundidad de su obra desvela
un torrente de sentimientos personales, que se oscurecieron por
momentos a causa de sus excesos con el alcohol.
Los jóvenes de la época comenzaron pronto a admirar la capacidad de Rubén Darío para transformar el lenguaje poético y su dominio de las estrofas y de ciertos versos, como el alejandrino. Pablo Neruda o Miguel Hernández,
por entonces todavía encarando los primeros años de juventud, crecieron
con el nicaragüense como referente del modernismo hispánico y en su
ritmo se apoyaron para escribir sus primeros poemas.
La obra de Rubén Darío tendría una
influencia capital también en la península, donde se convirtió, durante
su segunda visita a España, en el inspirador del grupo modernista de
donde saldrían los grandes nombres de la generación del 98, como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado o su buen amigo Ramón María del Valle-Inclán, hasta el punto de que éste haría aparecer a Darío en su obra más célebre, Luces de Bohemia, junto a Max Estrella y el marqués de Bradomín. La respuesta de Rubén Darío
no se hizo esperar. El nicaragüense se apresuró a dedicarle un poema a
Valle-Inclán que le definía a como «este gran don Ramón de las barbas de
chivo,/ cuya risa es la flor de su figura,/ parece un viejo dios
altanero y esquivo / que se animase en la frialdad de su escultura».
Entre las obras más recordadas y populares de Rubén Darío se encuentra el poema Canción de otoño en Primavera,
que comienza con cuatro evocadores versos: «Juventud, divino tesoro, /
¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar, no lloro... / y a
veces lloro sin querer...»
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