"Quienes rechazan las ideas revolucionarias o las falsifican, son los primeros en llamar revolución a cualquier disturbio social que ocasione el cambio de un gobierno por otro. Algo distinto es que dichos disturbios lleven consigo la posibilidad de un cambio revolucionario, por remota que ésta sea." CFT
Con la situación que se presentó en Egipto, donde Estados Unidos no respaldaba a un aliado seguro e incondicional en el Medio Oriente, situado en un punto geográfico sumamente estratégico, quedó claro para quienes no nos entusiasmamos demasiado con los sucesos de Túnez (como sucedió con ciertos “izquierdosos” que generalmente no se entusiasman con nada, pero con Túnez y Egipto casi declaran que había estallado la revolución socialista a nivel mundial), que allí había gato encerrado y que ese gato era gringo. Hubo un momento a partir del cual, no recuerdo exactamente por qué, en mi cerebro se instaló una idea fija: El objetivo no eran los regímenes militaristas de Túnez y Egipto, ni Arabia Saudita y las demás monarquías absolutistas; estos vienen por Libia y Siria; y de ser posible, por Irán que sin ser un país árabe, es la única teocracia islámica del mundo y está en la lista negra de Estados Unidos en el medio Oriente y sus alrededores.En Libia, las cosas comenzaron de forma extraña: Salían a lo sumo unas treinta personas a protestar supuestamente en demanda de la puesta en libertad de una persona que ya estaba fuera de la cárcel, y las informaciones decían que la insurrección árabe había llegado a Libia. Los supuestos manifestantes recibían una respuesta contundente del pueblo revolucionario que respalda su democracia directa, pero como ya se sabe bien, ningún gobierno puede tener el respaldo popular y recibirlo frente a provocaciones desestabilizadoras, porque entonces se trata de “turbas”, como decían de los sandinistas en las calles desde los años ochenta los mismos que llamaron a Sandino bandolero.
De Libia se puede decir en este momento casi cualquier cosa, y casi cualquiera la cree. Ninguna circunstancia es tan propicia como esta para los medios transnacionales de la desinformación global, cuyas sucursales en todo el mundo occidental lanzan noticias con un despliegue como si fueran de última hora, con información que ya el mismo medio había dado días atrás y donde se habla (y se hablaba hasta en idénticos términos y con idéntica redacción; así son de chapuceros) de masacres aéreas, de civiles muertos, de que la zona oriental del país está controlada por fuerzas adversas al régimen, etc. Esto con todo y que ya Telesur el día de ayer enviara un corresponsal que transmitió imágenes de las multitudes que han salido a manifestarse en Trípoli en respaldo a su líder, Muammar Gaddafi y a la revolución, que no es la de facebook y los talibanes con imagen de demócratas que andan asaltando cuarteles y disparando al ejército usando como escudo a los civiles que participan en los motines. En la capital libia, por cierto, no ha habido más manifestaciones que las de respaldo a Gaddafi.
Igual que ocurría en las postrimerías de la Unión Soviética, hoy se llama revolución a la contrarrevolución, y cuando hablan de dos o tres jefes militares que han desertado, los medios de desinformación lo presentan como si fuera la mayor parte de la oficialidad libia, en apoyo “a la revolución”, cuando es la revolución lo que está siendo atacado por quienes están impulsando la desestabilización, la guerra y la división del país árabe norafricano, y por quienes se están prestando a ellas.
Cada vez las informaciones indican con mayor claridad que los trescientos muertos de los que tanto se ha hablado, fueron en buena parte, individuos que intentaron tomar con las armas ciertas instalaciones militares, o que dispararon a las fuerzas de seguridad desde una multitud de gente no muy numerosa de imitadores patéticos de las manifestaciones en Egipto, muy distantes en cantidad de gente y en el contenido de sus reivindicaciones; estando quienes hicieron esos disparos, presuntamente vinculados a Al Qaeda, lo cual no tendría por qué extrañar a nadie. Sin embargo, a los medios que antes han presentado a dicha organización terrorista como la personificación del mal (como en efecto lo es en muchos sentidos), ahora casi están reclamando por semejante “calumnia” lanzada contra el profeta Bin Laden y sus pupilos. Por cierto, otra buena parte de los muertos son militares que estaban defendiendo sus cuarteles de los intentos de tomárselos por parte de gente que ya por último, da igual si son o no de Al Qaeda. Ningún militar responde con discursos persuasivos a alguien que llega con un arma a tomársele su cuartel.
Como dice Fidel Castro, es evidente que en Libia se está desarrollando una guerra civil; pero parece que la “comunidad internacional” y los mojigatos de todo tipo están pidiendo que en una guerra civil no haya muertos, achacando de esta forma las muertes a un genocidio que sólo existe en las cabezas de quienes como también dice con tanta razón Fidel, no han mostrado la misma indignación ante el millón de muertos causados en Irak por la invasión norteamericana.
Algo que causa perplejidad, es la capacidad de los países islámicos (incluso entre los que son de izquierda) para destruirse entre sí, aún cuando alguno de ellos es atacado desde afuera, por el mundo occidental y a sabiendas de que quienes no los defienden o se unen a dicho ataque, serán los próximos. Primero, Jordania expulsando a los palestinos; a continuación, la guerra entre Irak e Irán, tan absurda como sangrienta y por supuesto, alimentada por Estados Unidos dando armas por igual a Saddam Hussein y al Ayatollah Jhomeini para entregar el dinero de la venta hecha a este último en manos de la contrarrevolución en Nicaragua; luego, los palestinos matándose entre sí (primero fue el cerco contra Arafat en el Líbano, después la guerra entre Al Fatah y Hamas); un poco antes de la guerra civil palestina, Irak invadiendo Kuwait; inmediatamente después, Siria y otros países árabes apoyando la primera invasión norteamericana a Irak; ahora, Irán y Siria (ambos tan en la mira de Estados Unidos como Libia y a la vez enemigos entre sí) sumándose a las condenas contra Gaddafi.
Corroborando lo dicho por Fidel Castro, ya el gobierno norteamericano se ha pronunciado en el sentido de que hará cualquier cosa para “parar la masacre” en Libia. Si son inteligentes, actuarán rápido, antes de que quede totalmente en evidencia la falacia que están usando de pretexto con el mismo cinismo con que lo hicieron respecto a las inexistentes armas de destrucción masiva en Irák. Es hora de que el mundo reaccione y de que quienes se han apresurado a condenar algo cuya veracidad desconocen por completo, no continúen precipitándose por un camino en el que, por pretender aparecer como paladines de derechos humanos, van a terminar como cómplices y colaboradores necesarios (por legitimadores) del verdadero genocidio que puede ocurrir en Libia: el que perpetrarán los invasores extranjeros en caso de que, tal como todo parece indicar que sucederá, el país sea invadido por tropas imperialistas. Pero sobre todo, es hora de que la parte socialmente progresista y revolucionaria del mundo islámico logre unirse de una vez por todas; o que al menos se lo proponga, porque ni siquiera parece haber allí conciencia de tal necesidad. Si se plantean y alcanzan esa meta, entonces sí, los pueblos del Medio Oriente y el Norte de África estarán en capacidad de hacer su verdadera revolución, no solamente derrocando a tiranuelos y reyezuelos de poca monta, sino enfrentando y derrotando a las tropas interventoras de los nuevos cruzados que pretenden mancillar la dignidad de esos pueblos cuyas historias y culturas forman parte importante de todo aquello que es digno de ser considerado como un orgullo de toda la humanidad.
Por Carlos Fonseca Terán
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